Durante mucho tiempo, dos veces al año he practicado la sana costumbre de vaciar todos los cajones, armarios y rincones de mi casa, para eliminar todo aquello que se podía considerar, inútil, superfluo, pasado de moda o simplemente innecesario. Las primeras veces resultó bastante difícil. No conseguí deshacerme de mis queridos vaqueros de adolescencia hasta la quinta vez que vacié el ropero. Seguía empeñada en guardarlos, por si algún día podía volver a usarlos, cosa bastante improbable, después de veinte años, por una simple cuestión de tallas.
También se me resistieron algunos libros y revistas, fue muy duro regalar mi colección de "los cinco". Pero finalmente y después de tres intentos, fueron a parar a una escuela de mi barrio.